Imagen 1. Conociendo las plantas del huerto escolar. Crédito propio.

Mientras la neblina cubre esta montaña xalapeña, un pedazo del estado de Veracruz,

la siguiente reflexión sale como el agua de un manantial en la arena.

La naturaleza acompaña nuestro desarrollo humano desde los primeros años de vida. En la infancia entramos en contacto con todo tipo de seres vivos que nos fascinan. Les observamos atraídos por la curiosidad y aprendemos a convivir con esos organismos desde ciertas perspectivas: no tocarles porque causan alguna lesión, a mirarles de lejos porque son silvestres o a germinarles porque forman parte de nuestra alimentación (1).

Cada día existe algo nuevo por aprender y a medida que crecemos, vamos adquiriendo mayores conocimientos del entorno natural común. La escuela, en esa etapa de nuestra vida, se transforma en un medio en el que se facilita la adquisición de más saberes respecto al ente llamado “naturaleza”. Sin embargo, a veces se tiene la sensación de que nos falta algo, un complemento que nos permita sentirnos realmente parte del medio ambiente y no un organismo paralelo a su existencia.

Las escuelas son lugares que nos preparan para ingresar a una sociedad con infinidad de perspectivas sobre nuestro entorno. Conocemos los números, las letras, desarrollamos un lenguaje, aprendemos normas de convivencia, intercambiamos saberes, practicamos el afecto y entre todo esto, en algún punto, la naturaleza va quedando atrás (2).

Esta aseveración, un tanto especulativa porque el panorama es más grande que solo ese vistazo, parte de los resultados que se reportan a través de mecanismos que evalúan el rendimiento de las personas jóvenes en educación básica. Nuestro país, por ejemplo, no tiene estudiantes de alto rendimiento en ciencias de acuerdo al promedio de otros países. Y es que por más que abordemos las ciencias como una sola materia, en realidad todo involucra a la ciencia y con ello a la naturaleza (3, 4).

Imagen 2. Aprender la vida a través de la exploración de la naturaleza. Crédito propio.

Los números (matemáticas), las letras (el lenguaje) y toda la carga escolar de cada grado que cursamos deberían sernos útiles para no dejar de explorar ese medio natural que nos rodea inevitablemente. Quizá nos sentimos un poco ajenos a esta visión porque la ciencia es algo complejo, es decir, ¿cómo le haría una maestra para hablarnos de la historia de Veracruz y considerar los efectos en la naturaleza ante la llegada de los españoles?, ¿eso es parte del contenido que debería enseñarnos?, posiblemente no. La realidad es que podría hacerse pero es difícil explicar por qué no lo aprendemos así.

Imagen 3. Quelites y cempasuchil del huerto escolar, escuela Tlalnecapam, Zoncuantla, Coatepec, Ver. Crédito propio.